Tuve que pasarme varias tardes cociéndome a zuritos con el buen señor. En aquel momento tenía trabajo estable en la construcción porque estaba bien considerado como trabajador. Lo de su familia era otra historia. Vivía de la obra a la tasca y había dejado a la mujer, buena como ella sola pero con bastantes límites, sola con los hijos en una casa sin orden ni concierto de la que fueron saliendo por peteneras cada uno con una historia de lo más preocupante. El mediano acabó en un hogar de acogida en el que duró un telediario y comenzó a meterse en unos líos de cuidado, entre otros dejando embarazada a la novia con 16 años. Como ya le conocíamos, le propusimos trabajar en un proyecto de empleo protegido para jóvenes con problemas. Yo vi que en el fondo era un tipo legal, solo que había estado desorientado y sin referencia y que, por encima de todo, se estaba tomando muy en serio formar una familia. Claro que lo que le estábamos ofreciendo no daba para muchas alegrías. Así que allí estaba yo dándole la murga al padre e intentando convencerle de que su hijo no era un calavera y un inútil y que lo enchufase en la obra para darle una oportunidad. Al mes nuestro chico estaba al pie del cañón y no le ha faltado trabajo, hasta el presente en que ha sufrido como otros tantos la caída de la construcción. Han tenido más hijos y han sacado la familia adelante con el trabajo de los dos.
Me saludó hace poco y, como hacía mucho que no nos veíamos, nos hicimos las preguntas de rigor, la mujer, el trabajo, los hijos... Y ahí saltó como un resorte hablándome de uno de sus hijos. Lo que pudo ser un hola y adiós se convirtió en un monólogo de media hora plantados en la calle. Le hervía la sangre y la rabia le salía por los ojos. Sabía de sobra que yo conocía a su hijo de siempre. Cuando llegó a la adolescencia comenzó a patinar en los estudios. Por aquel entonces apareció como alumno nuevo en las listas de absentistas de un instituto. Lo detecté inmediatamente por los apellidos y me extrañó verle allí pues antes estaba en un concertado. De absentista pasó casi a desparecer del centro, una vez que los orientadores le propusieron hacer un CIP. De vez en cuando me ponía en contacto con el tutor del taller y los informes siempre fueron positivos en lo que se refería al trabajo. Pasó bien las prácticas y consiguió algún contrato de su especialidad, y ahí le perdí la pista pensando que ya estaba encauzado.
De eso nada, según me estaba contando su padre, perdió empleos por falta de formalidad y en alguna temporada estuvo trabajando con él en la construcción, repitiendo la historia. Pero parece que ha echado todo a perder porque se ha ido metiendo en el mundillo de los consumos y, para completar bien la jugada, se ha echado una pareja que está metida en el manejo de esos chanchullos. Total que nuestro hombre está descorazonado porque siente que su hijo se está perdiendo sin remisión y con el miedo en el cuerpo de que el ejemplo cunda en alguno de sus hermanos. Por más que lo ha intentado, no ha sido capaz de convencerle de que vuelva a la casa familiar y a cambiar su vida. Ciertamente no se trata de una empresa difícil, más bien está rayando en lo imposible. El chaval ya se ha habituado a vivir del trapicheo, al consumo, tiene otro sitio donde vivir y todo ello está reforzado, o más bien blindado, por la relación de pareja. Esta gente vive en un mundo paralelo que es como una galaxia autónoma que solamente se conecta con el mundo real para conseguir dinero.
Yo también me he quedado descorazonado después de este encuentro. Resulta cruel para un hombre que ha sabido y que ha tenido el valor de aprovechar las oportunidades para rehacer su vida y llegar a formar su propia familia, contemplar impotente cómo uno de sus hijos ha desperdiciado oportunidades mejores que las que él tuvo y se ha lanzado en una cuesta abajo casi imposible de frenar. He sentido muy de cerca su dolor y mi natural me impulsa a querer arreglarlo enseguida, pero a esta alturas de mi historia ya no puedo pecar de iluso. Sé de sobra que eso está casi en la esfera del milagro: que rompa con su ambiente por algún motivo, que sea capaz de volver al ámbito familiar, que encuentre algún trabajillo... Solo me queda estar más cercano y mantenerme al tanto por si salta alguna oportunidad de tirar de algún hilo. De peores hemos salido, pero aquí para mi amigo y para su hijo el tiempo también juega en su contra, aunque no quede mucho más que esperar.
Me saludó hace poco y, como hacía mucho que no nos veíamos, nos hicimos las preguntas de rigor, la mujer, el trabajo, los hijos... Y ahí saltó como un resorte hablándome de uno de sus hijos. Lo que pudo ser un hola y adiós se convirtió en un monólogo de media hora plantados en la calle. Le hervía la sangre y la rabia le salía por los ojos. Sabía de sobra que yo conocía a su hijo de siempre. Cuando llegó a la adolescencia comenzó a patinar en los estudios. Por aquel entonces apareció como alumno nuevo en las listas de absentistas de un instituto. Lo detecté inmediatamente por los apellidos y me extrañó verle allí pues antes estaba en un concertado. De absentista pasó casi a desparecer del centro, una vez que los orientadores le propusieron hacer un CIP. De vez en cuando me ponía en contacto con el tutor del taller y los informes siempre fueron positivos en lo que se refería al trabajo. Pasó bien las prácticas y consiguió algún contrato de su especialidad, y ahí le perdí la pista pensando que ya estaba encauzado.
De eso nada, según me estaba contando su padre, perdió empleos por falta de formalidad y en alguna temporada estuvo trabajando con él en la construcción, repitiendo la historia. Pero parece que ha echado todo a perder porque se ha ido metiendo en el mundillo de los consumos y, para completar bien la jugada, se ha echado una pareja que está metida en el manejo de esos chanchullos. Total que nuestro hombre está descorazonado porque siente que su hijo se está perdiendo sin remisión y con el miedo en el cuerpo de que el ejemplo cunda en alguno de sus hermanos. Por más que lo ha intentado, no ha sido capaz de convencerle de que vuelva a la casa familiar y a cambiar su vida. Ciertamente no se trata de una empresa difícil, más bien está rayando en lo imposible. El chaval ya se ha habituado a vivir del trapicheo, al consumo, tiene otro sitio donde vivir y todo ello está reforzado, o más bien blindado, por la relación de pareja. Esta gente vive en un mundo paralelo que es como una galaxia autónoma que solamente se conecta con el mundo real para conseguir dinero.
Yo también me he quedado descorazonado después de este encuentro. Resulta cruel para un hombre que ha sabido y que ha tenido el valor de aprovechar las oportunidades para rehacer su vida y llegar a formar su propia familia, contemplar impotente cómo uno de sus hijos ha desperdiciado oportunidades mejores que las que él tuvo y se ha lanzado en una cuesta abajo casi imposible de frenar. He sentido muy de cerca su dolor y mi natural me impulsa a querer arreglarlo enseguida, pero a esta alturas de mi historia ya no puedo pecar de iluso. Sé de sobra que eso está casi en la esfera del milagro: que rompa con su ambiente por algún motivo, que sea capaz de volver al ámbito familiar, que encuentre algún trabajillo... Solo me queda estar más cercano y mantenerme al tanto por si salta alguna oportunidad de tirar de algún hilo. De peores hemos salido, pero aquí para mi amigo y para su hijo el tiempo también juega en su contra, aunque no quede mucho más que esperar.