En estas fechas de Navidad contemplamos a un tierno niño del que nos cuentan y cantan maravillas, pero da la casualidad de que sabemos de sobra dónde y cómo va a acabar. Aparte de lo que puedan ser las intenciones de los evangelistas, visto con la perspectiva de la historia, nos podemos hacer una idea de lo que le sucedió en realidad. Después de librarse de un iluminado que bautizaba, resulta que le salieron a la jerarquía hebrea del momento diversos predicadores itinerantes. Se encargaban muy mucho de tenerles controlados. Ordinariamente eran fuegos de artificio y duraban poco, pero en cuanto molestaban algo se echaba mano de los romanos y se acababa con ellos. Pero hubo un galileo que empezó poco a poco en su tierra. Parecía que tenía una doctrina propia, acompañada de una fama de curandero o de milagrero, según algunos exaltados, que estaba ganando muchos adeptos en los fondos bajos de la población. Galilea estaba lejos, pero todo cambió al saber que se encaminaba a Jerusalén.
Primer paso: mandan informadores que les transmitan lo que dice. Se alarman ante el peligro que detectan. Se trata de una doctrina que califican de blasfema, pero que, en realidad, lo que hacia era descalificar sus privilegios, las cargas de la que se beneficiaban del pueblo llano, además de proclamar un reino en el que los jerarcas no tenían cabida. Segundo paso: esta vez le envían boicoteadores que van a reventar su predicación o le presentan preguntas capciosas para pillarle en contradicción. Tercer paso: no son capaces de echarle mano en secreto y entonces planean detenerle con su guardia, pero no se atreven porque cada día se gana más la simpatía de la gente y si le detienen en público se puede montar algún motín, con lo que se provoca que los romanos metan mano y que les puedan quitar privilegios, porque no pueden controlar a su gente. Entonces el galileo cruza dos rayas rojas. Primera: entra con su chusma en el templo y desmonta el negocio de los cambistas y mercaderes, una sustanciosa vía de financiación para los popes. Y segunda: entra en Jerusalén aclamado como mesías por una gran cantidad de populacho y eso supone ya sobrepasar todos los límites soportables.
Cuarto paso: hay que detenerle sí o sí, pero en secreto. Había que conseguir alguien de lo suyos que facilitara la labor y se encuentran con un tal Judas, antiguo guerrillero, que les abre el refugio del galileo. Quinto paso: un tribunal amañado -son jueces los mismos interesados en liquidarlo- para dar apariencia de recurso a la justicia y a la defensa de la doctrina oficial, todo ello cocinado con los informantes que van a actuar como testigos falsos. Sexto paso: a través de esas informaciones falsas se intoxica la opinión pública -hoy las llaman bulos- y cuando lo llevan ante el pretor romano la gente, incitada por los fieles a la jerarquía, piden su crucifixión, que era la condena habitual de los romanos, hasta que se lo quitan de en medio. Luego los discípulos del galileo les dieron algunos quebraderos de cabeza, pero también les sacudieron estopa.
En lo que su majestad calificó el otro día de estruendo en el debate político, podemos ver algunos parangones con lo descrito, salva sea la distancia, en lo que a las artimañas del poder se refiere. Como uno quiere el poder y no lo consigue, se lanza a la yugular del contrario. Se busca corifeos que proclamen la catástrofe nacional que va a venir irremediablemente por la dictadura del monstruo que dirige el país con un gobierno impresentable. Se concierta con organizaciones que convierten comentarios de tasca en delitos graves, cuando no se los inventan, y recurren a los tribunales para hundirlo, porque no pueden conseguirlo por los cauces normales. Luego da la casualidad de que las tales denuncias acaban en manos de jueces que están en su nómina. Entonces los máximos dirigentes se dedican a repetir las mentiras -las llaman bulos- muchas veces y cada vez con más gritos, hasta que parezcan verdad, por lo que se buscan cualquier disculpa para pedir su dimisión o defenestración varias veces al día.
De este modo, crean un proceso de intoxicación del ambiente y se cumple el refrán de " a río revuelto, ganancia de pescadores", que es su manera de hacerse con el poder. A la vez esos asuntos les sirven para sacar a las masas enfebrecidas a la calle, que al poco tiempo se olvidan de por y para qué han salido. Por otra parte, van echado el anzuelo, con cierta asiduidad, a las filas del partido en el gobierno, o a sus colaboradores, para ver si pica algún Tamayo más, que haberlos haylos donde menos te lo esperas. El problema les viene cuando tienen que acudir al César, en esta ocasión unas nuevas elecciones, para que dirima la cuestión, y es que queda mucho tiempo y no va a ser fácil derribar antes al malvado.
Y mientras tanto, ya sabemos lo que nos espera: el personal de a pie tendremos que estar soportando esta intolerable retahíla, cada vez más estruendosa, provocada por unos señores a los que les estamos manteniendo, al menos teóricamente, para que solucionen los problemas generales del estado y los particulares de los contribuyentes, y entre tanto, curiosamente, de estos temas no hablan ni proponen alternativas para que el país no se vaya a pique, como están profetizando. Y la historia se vuelve a repetir: si ganan estarán toda la legislatura proclamando de mil formas lo mal que lo hicieron los anteriores y que no les queda otra que anular lo que aprobaron. Hay que ver cómo se desviven por nuestra salvación, pero de lo nuestro ni pío.