No creo que quede ya un ciudadano de bien en España que no esté harto de tanta bronca y de tanto disparate político. En efecto, parece que vivimos en un gallinero donde hay demasiados gallos que no cejan en darse picotazos y zarpazos, gritando chillonamente y sin parar de agitar las alas para ver quién las tienen más grandes. Pero yo creo que el hartazgo va más allá del ruido y que está llegando a la indignación. Porque, digo yo y conmigo mucha gente, se trata solucionar un problema que está costando vidas, que nos está poniendo a todos del revés porque nos ha arrebatado en un plisplas nuestro modus vivendi y que puede acabar arruinando nuestra economía.
Ya, pero nuestros gallos están a ver a quién se pueden cargar y no hay más que tiros cruzados: si el gobierno dice A el otro dice que B, pero si cambia y dice B la oposición reclama A. Las autonomías quieren lo suyo y protestan al gobierno, el gobierno les da algo y dicen que lo tenía que hacer él. Las autonomías se miran de reojo: por qué a éste sí y a mí no, ése me perjudica o no me deja hacer, se juntan para coordinarse y cuando salen parece que han estado en reuniones distintas según sus declaraciones, los socios de gobierno se ponen zancadillas... y al final se está a hundir al contrario en vez de al virus.
Me da que, en mayor o menor medida, la gente hispánica y, en especial sus dirigentes, llevan algún gen que les hace proclives a las guerras civiles y fratricidas. La historia de las tierras ibéricas que nos contaron son una de mandobles, espadazos, guerrillas y de ahí en adelante -cristianos contra moros, reinos cristianos entre sí, reinos de taifas entre sí, golpes de estado, conspiraciones, carlistas contra isabelinos...- hasta la guerra civil y la represión de la dictadura. El espectáculo de los políticos actuales va de anteponer despiadadamente la caída de la cabeza del contrario, claro sin que esto suponga un río de sangre que somos civilizados, por encima de los problemas que se supone tienen que resolver, desde el gobierno o desde la oposición.
Tenemos una segunda hola de contagios, unos presupuestos generales imprescindibles en el aire, unas lacras sociales cada vez más vergonzantes, una generación marcada con la educación temblando, una panda de impresentables sueltos negando lo evidente sin que nadie les ponga coto... Parece ser que estos problemas son cartas de una partida de poker -con éste no, si no me das, si no es lo que yo digo...-, en vez de motivos para buscar soluciones en nombre de un bien común más que elemental. En conclusión, al principio se nos dijo que estábamos en guerra contra el virus y, sin embargo, estamos descubriendo que en realidad estamos en una guerra civil con la disculpa del covid19. Una guerra con demasiados muertos, aunque no sean de balas o de bombardeos, que se intenta adjudicar al contrario como se hizo entonces. Si en medio de esta guerra se deja sin resolver lo evidente, vamos a tener una posguerra de cuidado, por más que nos quieran apoyar desde fuera, y que es posible que haga recordar la del cuarenta a la generación más mayor. Que Dios nos pille confesados, que decían nuestras abuelas.