De un tiempo a esta parte he cambiado de piscina y bajo al polideportivo de Lasesarre a nadar. En la parte que da a la calle Murrieta pusieron de adorno unos abedules formando matas de tres en tres y haciendo como tiestos en medio de la acera que es muy amplia. Han logrado un efecto muy curioso porque no han podado las ramas bajas, como se hace ordinariamente para que no molesten a los viandantes, y así parece que te sumerges en un bosquecillo según vas andando. Es como si se crease un "microambiente" porque se pierde por un momento la visión del resto de la calle.
Al abrigo de una de estas matas de abedules he observado en los días de sol a un grupito de comadres que, estratégicamente situadas, se resguardan del sol, se ocultan a las miradas de los viandantes o de los vecinos y buscan la fresca del airecillo que viene de la ría del Galindo. Todo un cuadro que puede transportarnos, al menos a mí, a los portales del sur o a los tiempos de mi infancia cuando se vivía en la calle tanto como en casa. Allí están, siempre las mismas, unas buenas damas entradas en años ya y en carnes. Sentadas en sus sillas desplegables de camping o de playa, cada una está a su labor y todas a la misma charla, que transcurre monocorde y tranquila. Solamente despegan la vista de las agujas para hacer que recuerdan algo o para fijarse en alguien que les ha saludado. Una buena manera de echar la tarde, mientras se hacen labores y se toma el aire en lo mejor del sol, se pasa revista a los acontecimientos, a los dimes y diretes de la tele, o del vecindario, o de la familia y de todo aquello que se prevea que va a suceder porque ellas ya han visto mucho y han vivido más y se lo ven venir casi todo.
La tertulia en la plaza en los años 70 |
A mí esta escena, además de transportarme, me enternece. Estas mujeres no han nacido aquí y aún no han perdido el deje de su tierra. Llegaron en su día a buscar un futuro para ellas y para sus hijos. Tuvieron que montar una familia de la nada a base de trabajar de lo que fuera necesario además de lo que el marido pudiera sacar. Ahora ya no tienen obligaciones y hacen lo que les gusta y lo que saben hacer. Con esas cosas sencillas saben disfrutar de su tiempo, de sus amistades y, además, conservan esas costumbres antiguas que irán desapareciendo al mismo ritmo que ellas. Toda una lección para los excesos de hoy en día. Yo las miro con disimulo pero con la conciencia y la inquietud de ser testigo de un vestigio que se apaga y que fue el modus vivendi de aquellas generaciones anteriores que, procedentes de todos los puntos cardinales de la península, formaron el mosaico policromado del Barakaldo de mi infancia.
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