Hemos estado María y yo visitando la cueva de Monte Castillo en Puente Viesgo. Una cueva como otras tantas con sus figuras caprichosas de estalactitas y estalagmitas, con columnas impresionantes y figuras retorcidas. Pero ésta tiene un tesoro, para mí al menos, incalculable, sus pinturas rupestres. Algunas son del magdaleniense, tienen solo(!!) 12.000 años. Las del fondo de la cueva datan de 43.000 años atrás. Para llegar hasta esa sala santuario, como la llaman los guías, ahora se baja por pasillos señalizados e iluminados con escaleritas y pasadizos preparados. En aquella época solamente los iniciados podrían conocer los intrincados pasos, algunos a rastras, que daban acceso a las zonas reservadas y con la sola iluminación de antorchas u otros artilugios de luz fabricados con grasa de animales. En ellas nos han dejado pinturas que son símbolos de algo que nosotros no podemos llegar a descifrar, pero que ese algo resultaba ser vital para ellos.
Nos cuentan también que era habitual en toda esta época que se celebraran reuniones en estas salas. No sabemos si eran rituales u organizativas, o de otro tipo, pero se daban en los lugares donde estaban las pinturas. Las que teníamos delante eran las típicas manos en negativo, los bisontes en diversas posturas y aprovechando las formas de las rocas y, lo que parece que nunca falta en lugares similares a éste, unos signos abstractos que, según nos explicaban, suelen ser identificativos de cada grupo. No nos dejaron ver el dibujo del mamut, por razones de conservación, que estaba al fondo de un intrincado pasillo plagado de puntos continuos. Reconozco que me sentí muy impresionado viendo los autógrafos de aquellos antepasados de la época de la glaciación y, más aún, por las respuestas que nunca se sabrán responder por más que se especule sobre ellas ¿Qué buscaban detrás de esos dibujos? ¿Podrían ser figuras totémicas para proyectar en ellas su deseo de ser fuertes y combativos como el bisonte, rápidos y ágiles como los caballos o poderosos como el mamut? Según el guía explicó, parece ser que los dibujos no tienen nada que ver con las necesidades básicas de alimentación o vestido, o sea, que son simbólicas y, por tanto, responden a otras necesidades típicas de los humanos, en este caso de los homo sapiens sapiens.
Me he quedado dando vueltas a esos símbolos, tanto de los animales como de las manos. Creo que recogen unos elementos básicos para entender al ser humano más allá de la época en la que le haya tocado vivir. Ante todo necesita una referencia básica que le aporte una identidad y que le ayude a encontrar un sitio y un sentido a su vida. Al mismo tiempo en ellos se refleja la necesidad de poder compartir la vida con otros seres humanos sintiéndose unidos por lazos profundos. La soledad hoy en día puede suponer una muerte en vida pero entonces suponía la muerte sin más. En un paso más, también encontramos que queda patente la compenetración con los demás seres vivientes y con la naturaleza, por muy adversa que creamos que era para aquellos moradores, vista desde nuestra era. Hay otro dato que no quiero pasar por alto. El hecho de que estas cámaras ocultas se encuentren en lo más profundo e intrincado de la cueva puede hacernos comprender que el ser humano necesita espacios íntimos aislados de la vorágine y el trajín del día a día. Necesita encontrarse recogido en un seno más profundo en el que se encuentre a sí mismo y en el que pueda expresar sus sentires más íntimos.
Quizás se haya reducido el inicio de las religiones o de las creencias a la necesidad que el ser humano ha tenido de siempre de defenderse de las fuerzas que no entiende o no domina, recurriendo a seres supremos más o menos objetivados. En realidad el encontrar sentido a la propia vida, el sentirse unido y solidario con los semejantes, el entenderse una parte de la naturaleza y de todos los seres vivos, el ser capaz de ir más allá de los propios límites y crear vidas nuevas... eso sí que son las necesidades a las que se tiene que dar respuesta desde las religiones, los humanismos o las creencias populares. Puede que en estos momentos estas cuestiones sirvan a la vez de banco de prueba para verificar si éstas proporcionan repuestas a este tipo de necesidades profundas del ser humano, sea creyente o no, o si se mueven en otras esferas de poder o de supersticiones. Y, por otra parte, tendríamos que preguntarnos si el nivel de bienestar o de felicidad de estos antepasados era inferior al nuestro, solo porque estamos más desarrollados o tenemos más recursos para dominar la naturaleza.
Nos cuentan también que era habitual en toda esta época que se celebraran reuniones en estas salas. No sabemos si eran rituales u organizativas, o de otro tipo, pero se daban en los lugares donde estaban las pinturas. Las que teníamos delante eran las típicas manos en negativo, los bisontes en diversas posturas y aprovechando las formas de las rocas y, lo que parece que nunca falta en lugares similares a éste, unos signos abstractos que, según nos explicaban, suelen ser identificativos de cada grupo. No nos dejaron ver el dibujo del mamut, por razones de conservación, que estaba al fondo de un intrincado pasillo plagado de puntos continuos. Reconozco que me sentí muy impresionado viendo los autógrafos de aquellos antepasados de la época de la glaciación y, más aún, por las respuestas que nunca se sabrán responder por más que se especule sobre ellas ¿Qué buscaban detrás de esos dibujos? ¿Podrían ser figuras totémicas para proyectar en ellas su deseo de ser fuertes y combativos como el bisonte, rápidos y ágiles como los caballos o poderosos como el mamut? Según el guía explicó, parece ser que los dibujos no tienen nada que ver con las necesidades básicas de alimentación o vestido, o sea, que son simbólicas y, por tanto, responden a otras necesidades típicas de los humanos, en este caso de los homo sapiens sapiens.
Me he quedado dando vueltas a esos símbolos, tanto de los animales como de las manos. Creo que recogen unos elementos básicos para entender al ser humano más allá de la época en la que le haya tocado vivir. Ante todo necesita una referencia básica que le aporte una identidad y que le ayude a encontrar un sitio y un sentido a su vida. Al mismo tiempo en ellos se refleja la necesidad de poder compartir la vida con otros seres humanos sintiéndose unidos por lazos profundos. La soledad hoy en día puede suponer una muerte en vida pero entonces suponía la muerte sin más. En un paso más, también encontramos que queda patente la compenetración con los demás seres vivientes y con la naturaleza, por muy adversa que creamos que era para aquellos moradores, vista desde nuestra era. Hay otro dato que no quiero pasar por alto. El hecho de que estas cámaras ocultas se encuentren en lo más profundo e intrincado de la cueva puede hacernos comprender que el ser humano necesita espacios íntimos aislados de la vorágine y el trajín del día a día. Necesita encontrarse recogido en un seno más profundo en el que se encuentre a sí mismo y en el que pueda expresar sus sentires más íntimos.
Quizás se haya reducido el inicio de las religiones o de las creencias a la necesidad que el ser humano ha tenido de siempre de defenderse de las fuerzas que no entiende o no domina, recurriendo a seres supremos más o menos objetivados. En realidad el encontrar sentido a la propia vida, el sentirse unido y solidario con los semejantes, el entenderse una parte de la naturaleza y de todos los seres vivos, el ser capaz de ir más allá de los propios límites y crear vidas nuevas... eso sí que son las necesidades a las que se tiene que dar respuesta desde las religiones, los humanismos o las creencias populares. Puede que en estos momentos estas cuestiones sirvan a la vez de banco de prueba para verificar si éstas proporcionan repuestas a este tipo de necesidades profundas del ser humano, sea creyente o no, o si se mueven en otras esferas de poder o de supersticiones. Y, por otra parte, tendríamos que preguntarnos si el nivel de bienestar o de felicidad de estos antepasados era inferior al nuestro, solo porque estamos más desarrollados o tenemos más recursos para dominar la naturaleza.
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