martes, 26 de noviembre de 2024

Los once magníficos

 


Lunes 25 de noviembre. Ha llovido durante toda la noche y a la hora de ponernos en marcha sigue lloviendo, aunque más suavemente. "Casualmente", hoy hemos batido el récor por lo bajo, es decir, es la convocatoria con menos participantes de este año. Once magníficos, como dan testimonio las fotos, no hicimos caso de los pájaros de mal agüero. El viaje transcurrió con tranquilidad y nos bajamos del tren en la estación de la Cruz,  que está a la entrada de Lezama en el límite con Zamudio. Seguimos la carreterita que bordea por detrás de las instalaciones del Athletic y nos abstuvimos de bajar por la ruta del molino porque seguía lloviendo y aquello podía estar intransitable, tanto por el barro como la crecida del arroyo. Hicimos una pequeña parada en la entrada porticada del restaurante -cerrado, por supuesto-  que está en la plazuela dedicada a Mikel Zarate y empalmamos con la ruta prevista iniciando la primera subida.

Aquí llegaron los contratiempos, a pesar de que en esos momentos dejó de llover. El que suscribe no reconoció el camino porque habían alargado pista hormigonada que da servicio a las viviendas hasta una nueva casa y la siguió a ciegas sin darse cuenta de que habíamos dejado atrás el camino de subida. Menos mal que José Luis estuvo atento y corregimos la marcha. Al atravesar la zona de eucaliptos nos encontramos con que habían andado las máquinas y había deformado el camino, que es lo suyo. Me adelanté por si acaso y vi que se habían formado dos balsas de agua a pocos pasos una de otra, así que dimos la vuelta y esta vez aprovechamos la entrada del restaurante para la parada y fonda.

En un cuarto de hora bajamos al centro urbano de Lezama y por detrás de la iglesia -con uno de los pórticos más grandes que conozco- salimos a la carretera que sube al área recreativa de El Vivero, que su inicio pasa por debajo de la autovía. Al llegar a la Guardetxea la dejamos para iniciar la bajada hacia el punto de salida, pasando esta vez por encima de la autovía. Nos estuvimos recreando en el espectacular bosque y en su suelo tapizado de hojas. A partir de llegar a la viviendas el firme tenía zonas de verdín por lo que tuvimos que moderar la marcha y andar con cuidado. Al final conseguimos coger el tren, pero se iba sin los últimos, así que nos pusimos en las puertas hasta que éstos pudieron entrar. Y es que  para acceder a ese andén hay que subir y bajar unas escaleras que dificultan seriamente el sprint final. El maquinista pitó dos veces pero permitió la jugada, lo que es de agradecer.

No acabó aquí todo. Nos esperaba la sorpresa final: la avería del metro. Nada más bajar de la L3 vimos más gente de la habitual en los andenes. En el letrero luminoso nos advertían que nos fijáramos en el frontal del tren. Visto el follón, estábamos dudando si salir para coger un bus, cuando apareció un metro a Kabiezes. Los de la comida se quedaron en el Casco Viejo. Los demás nos aposentamos gozosos por nuestra buena suerte. Hubo una parada sospechosa pero todo siguió hasta S. Ignacio y la voz de siempre nos advirtió que el tren tenía como destino Kabiezes. Tras una nueva parada a poco de arranca vemos luz: nos habían cambiado de línea sin previo aviso, solo cuando llegamos a la parada de Lutxana nos advirtieron que el destino era Ibarbengoa. Vamos, no he visto nada tan impresentable en mi vida. En Lutxana se quedó el tren medio vacío. Sabíamos que no interesaba hacer el cambio de andén allí porque te cobran de nuevo por salir y entrar. En los andenes contrarios no se veía a nadie por lo que era de esperar que no circulaban metros dirección Bilbao, el bote de Erandio ya había desaparecido, así que nos tenéis a las tres y pico en Las Arenas esperando al bus de Muskiz en una parada que Santi conocía de sobra. Qué manera de amargar una salida tan bonita y que transcurrió en un magnífico ambiente. Lo malo es que te quedas con cara de mala leche, pero no tienes ni idea de cómo se denuncia esto y te lo tienes que comer. 



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