Lunes 22 de enero. Toca madrugar. Vamos a comenzar la "Vía verde de los montes de hierro" desde su cabecera en Traslaviña y las comunicaciones no son fáciles. Este año hemos optado por hacer el viaje con Bizkaibus -transbordo incluido en Zalla-, por aquello de la inseguridad en los trenes de las líneas de Feve, mientras que en ediciones anteriores se usó la de Santander. Casualidad o no, que cuando descendimos del segundo autobús vimos llegar el tren. A pesar de que todos íbamos prevenidos para sobrevivir a las posibles lluvias que nos iban a caer al mediodía, pudimos disfrutar de una mañana con la temperatura adecuada para caminar. Tuvimos suerte también porque la mayor parte del recorrido transcurrió por zonas protegidas del viento suroeste, que tanta guerra está dando últimamente, e incluso no faltó algo de sol.
Fuimos disfrutando el bonito panorama por el que transcurre la vía, leyendo también los escasos poemas que quedan legibles en cada kilómetro y observando los restos de las edificaciones mineras. Paramos hacia la mitad del recorrido para el hamaiketako, que suele hacerse en el comienzo de la cuesta que obliga a sortear la cantera. Además de comer se trataron otros temas. Se hizo una consulta sobre si convenía hacer una despedida a los compañeros y compañeras que se han ido dando de baja durante el año por edad o por motivos de salud.
La otra cuestión era intentar ensayar algo la canción de Santa Águeda. El cantor y animador oficial para estos temas, Salva, ya nos había mandado la letra y una versión cantada. Todos estábamos de acuerdo en que la del año pasado salió fatal y que era necesario conseguir algo más digno, pero al final no se vio tanto entusiasmo y se quedó en hacerlo más a conciencia el lunes próximo.
La siguiente etapa nos condujo a los hornos de calcinación de El Castaño. Da lástima comprobar año tras año el deterioro que sufren sin que haya ningún programa de protección. Dentro de poco se van a encontrar comidos por la vegetación, tanto por la que les envuelve desde el exterior, como por la crece de entre sus ladrillos, pinos incluidos. Solo una persona se aventuró a subir a las pasarelas carcomidas. Los que no conocían el lugar también estuvieron mirando las cintas transportadoras y el chabolo que las cubre, tan deteriorado o más que todos los cadáveres de los edificios mineros que les rodean.
Tras hartarse a sacar fotos, el personal fue encaminándose de forma muy desperdigada hacia la parada de El Bentorro. Unos corriendo porque decían que íbamos a perder el autobús y otros que no tenían ganas de arrancar. Total que los primeros llegaron antes de que el bus saliera de Balmaseda, y mira que advertimos que nos iba a tocar esperar, y los segundos... que no sabían qué camino tomar a última hora porque habían perdido de vista a los anteriores. Y hala, llamadas de teléfono pidiendo auxilio. En fin, espero que esto sirva de lección, de que es conveniente tener en cuenta las instrucciones del recorrido y de que hay que estar atentos a los movimientos del grupo para no perderse. A pesar de los pesares, nunca perdemos el buen humor y el compañerismo, que es lo que cuenta.
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