jueves, 24 de octubre de 2019

La mala educación

El lunes pasado hicimos un buen recorrido en el grupo de senderismo de los centros de jubilados de Barakaldo. En un pequeño tramo de carretera bastante concurrido nos encontramos con latas, paquetes vacíos de tabaco y otros objetos varios y abundantes que habían volado por la ventanilla de los coches de turno. Algunas personas del grupo comentaron que en el parque puedes encontrarte de todo hasta que pase la limpieza, sin olvidar los campos de batalla de las zonas de botellones.
Luego cogimos el autobús de línea para volver y en ese horario nos encontramos que venía casi lleno por estudiantes de un centro de la zona que debían salir a esa hora. Entramos unos treinta jubilados y no se movió ni uno solo de su asiento. Una de las personas mayores del grupo sufrió una lipotimia y se vino al suelo. Se levantó otra señora mayor pero no se movió ni un joven. Parece ser que éstas son cosas que se han vuelto normales y que nadie les da importancia hoy en día. A mí personalmente no dejan de sorprenderme.

Claro, si echamos un vistazo a otras costumbres familiares, la cosa va a más. Tengo los oídos taladrados de los juramentos y palabras soeces que se oyen en los grupitos de chicas, sobre todo, de once o doce años. Parece que dichos exabruptos son como galones para las niñas de hoy en día. Sospecho que es más que probable que los han escuchado más de una vez en su entorno familiar. Como un mocoso de nueve años que estaba llamando puta y zorra a una persona que les estaba acompañando, que resultó ser una tía carnal del angelito. Eso, y otras lindezas parecidas, dicen que se aprenden en la tele, en las redes o en la calle. Es decir, que, además de lo dicho, se tiene que añadir otro problema: hay bastantes padres o madres que no se enteran en dónde andan metidos sus peques, tanto en la calle como en las redes sociales, ni de qué ven en la tele. 

Lo más normal en los grupos de adolescentes es oír discutir a gritos, con insultos y luego marchándose cada uno por su lado poniendo a pringar a los contrincantes. De paso, es habitual que descarguen su adrenalina o sus frustraciones con el mobiliario urbano o con la flora del lugar. Resulta chocante que se use un método tan poco apropiado para convivir, resolver diferencias, dar una vuelta o charlar. Se suele recomendar -lo escribí en su día- que desde el momento cero de la vida se hable con los hijos, pero parece ser que no se tiene en cuenta ésta, como tantas otras recomendaciones educativas. Se habla demasiado poco, o nada, con los hijos: solo para dar órdenes -que en una cantidad considerable no se cumplen-. Se pretende más tenerles en silencio, o que nos dejen en paz, poniéndoles artilugios que simulan un móvil o tableta y en cuanto llegan a los cinco años o así  el móvil de verdad. Así la criatura va entretenida, no me molesta y el mayor puede mirar su móvil, poner sus washap, hablar sin que le interrumpan... Cada vez se habla menos con los hijos y, por ende, se les escucha menos. Teniendo esto en cuenta, los comportamientos antes señalados, y otros muchos del mismo pelo, no son de extrañar. Llegados a este punto dudo de la validez del título inicial, porque me parece más apropiado señalar que estamos ante un vacío de educación. 

En otro orden de cosas, estamos padeciendo los niveles más altos de mala educación en los dirigentes políticos que nos está tocando padecer. No sé que delito hemos cometido para merecernos semejante plantel. Los insultos más descarados, las calumnias más vergonzosas, la chulería más impertinente, las mentiras más cantosas, el cinismo, la capacidad de negar las realidades más evidentes y todo lo que se quiera añadir, son el pan nuestro de cada día. Todos nos quieren hacer creer que ellos y solo ellos tienen la solución para todo. Pero la única propuesta que hacen es que el otro no sabe o no quiere hacer nada, o es un tal y un cual. Con ello están faltando al respeto a la mayoría de la ciudadanía que no comulga con ruedas de molino, insultando a su inteligencia o tratándola de papanatas, que no entiende o no sabe de nada, que  solo le corresponde decir amén a lo que digan y luego meter la papeleta correspondiente en la urna. Saben de sobra que nadie puede arreglar nada solo. Los grandes asuntos del país solo se lograrán con pactos de estado: la reforma de la constitución, la ley de educación, el sistema de pensiones, la financiación de las autonomías... Y ellos en una pelea de gallos digna del patio de un instituto de barrio. Con este espectáculo tan ejemplar qué le vamos a exigir a los adolescentes. Ah y los pactos necesarios para cuando S. Juan baje el dedo. Así nos luce el pelo: mala no, malísima educación.

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