martes, 11 de febrero de 2025

¡Quién nos lo iba a decir!


Estoy contemplando entre estupefacto e indignado el nuevo panorama que se está generando en tan poco tiempo, aunque el caldo de cultivo pueda venir de lejos. Es un cúmulo de acontecimientos que no solo son una amenaza para el momento actual, sino que nos diseñan un futuro de regreso a las cavernas del restauracionismo más retrógrado, principalmente en aras de un supuesto patriotismo: xenofobia, homofobia, negacionismo, plutocracia... El ser emblemático de esta situación viene a ser Trump. Un delincuente descerebrado, que quita y pone órdenes en base a sus delirios ególatras sin tener en cuenta las consecuencias funestas que puede provocar a las personas y al sistema del funcionamiento mundial. Incluso se ha arrogado el poder de quitar fronteras y adueñarse de territorios porque sí o de echar de su tierra a dos millones de personas porque necesita el terreno para sus negocios hosteleros. 


Al rebufo de esto, surgen los ultras europeos haciéndole la ola y montando su internacional patriótica en Madrid. Pero, yendo al fondo de la cuestión, todos estos personajes, con mayor o menor poder no importa, han sido empoderados por los votos de muchas personas. Y esta es la cuestión: qué tipo de personas les votan. Lo primero que se le ocurre a uno pensar es que son gente cabreada por diversas razones o contrariedades de la vida y reaccionan contra el mundo mundial, por lo que votan a estas figuras que rompen el sistema, con lo que se puede aplicar aquello de que va ser peor el  remedio que la enfermedad. También se puede considerar que estos líderes arrastren a personas  con poco nivel cultural, cortos de miras o que, simplemente, se creen que alguien muy poderoso es quien les va a dar seguridad. 

Pero esto no es lo peor, me ha llamado la atención comprobar las últimas estadísticas de intención de voto, que señalan a los jóvenes como uno de los principales sectores que apoyan a las opciones de ultraderecha. Este es uno de los datos que más me provocan la desazón de cara al futuro. Sería ingenuo pensar que se pueden reducir esos votos de jóvenes a la existencia de las bandas ultras de tipo violento. Se necesitan bastantes más votos para llegar al poder. En mi opinión  hay dos factores que pueden estar a la base de este nuevo fenómeno, ambas referidas mayoritariamente a la educación en las familias y, de rebote, en el ambiente socia y escolar: el hablar con los hijos y la permisividad. 


Se ha dicho por activa y por pasiva, que es importante tener en cuenta los errores y los horrores del pasado para no repetirlos. Lógicamente, eso se puede aplicar a personas que ya los experimentaron en su día en su propia persona o en el ámbito de su familia. Sin embargo, sí hay que seguir achacando la falta de memoria, no a los jóvenes, sino a las familias que no han sabido o han pasado de transmitir lo sucedido a los hijos. En otros tiempos o en otras culturas esa transmisión oral en el seno familiar era algo vital para desarrollar la identidad de los niños y jóvenes. Hoy en día con echarle la responsabilidad al sistema educativo, todo arreglado. Hay temas de historia que son de estudiar en los libros, pero no las vivencias que se tendrían que transmitir de una generación a otra, como base de criterios y costumbres para organizar la vida y la personalidad de los menores. Todo ello pudo empezar cuando en tiempos de la dictadura no se podía "hablar de política" y eso se ha ido transmitiendo en generaciones posteriores, no porque se obligara sino por desidia, por no querer meterse en líos o porque se le ha quitado importancia. A ver, con este panorama, cómo se va a gestionar la memoria de la historia reciente de nuestro país para que no se repitan los errores y los horrores. 


El segundo elemento ya lo he tratado en anteriores entradas de este blog, refiriéndome a los niños tiranos, consentidos, consumistas sin criterio o sin tener conciencia de los límites familiares, que lo quieren todo ya... Lógicamente se ha ido creando un tipo de personalidades que van solo a lo suyo, que el bien común, el respeto a las normas sociales, la solidaridad más elemental... se la traen al pairo. Ni democracia ni leches, hay que imponerse por narices y quitar de en medio a los que me molestan. O sea, de aquellos polvos estos lodos: la que nos espera.

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