28 de mayo. 7:30 ya estábamos los 63 en el autobús de 70 plazas, con 15 metros de largo, según el chofer. Éste comenzó advirtiéndonos del peligro de los bastones en caso de accidente o maniobra brusca y que, por tanto estaba prohibido llevarlos a bordo. Al mismo tiempo fue echándonos una soflama un tanto insolente sobre el uso del inodoro y otras normas del autobús -la primera en la frente-.
El trayecto hasta Oviedo-Uvieu se hizo corto. Poco a poco a partir de la salida de la autovía nos fuimos metiendo en carreteras progresivamente más estrechas, hasta vernos inmersos entre paredes y farallones. También fuimos comprobando en los pueblos por los que pasábamos que teníamos algo en común: estaban llenos de cadáveres industriales, en este caso referentes a la industria minera, lo que daban a los mismos un aspecto un tanto siniestro.
Pudimos disfrutar de una mañana primaveral y espléndida. Ni con huevos a las clarisas hubiésemos conseguido un tiempo más favorable, lo que colaboró sobre manera a gozar de la jornada. Según avanzábamos nos íbamos sorprendiendo de las paredes verticales, de las rocas retorcidas, de las espectaculares gargantas y casi siempre envueltos en una vegetación espléndida, acompañados durante todo el recorrido con el "cantus firmus" del río y los coros pajareros. La ruta atraviesa una serie de túneles que estaban en buenas condiciones y bien iluminados y con otros tramos excavados en la la ladera.
Como es habitual, y más en un grupo tan numeroso, se fueron alargando las distancias entre la cabeza y la cola. En este caso además había otro factor determinante: las infinitas posibilidades de sacar fotos impresionantes, lo que ayudaba a despistarse y a perder de vista a los de delante, lo que provocó algún problema en varios momentos. A todo esto a eso de las dos y media el vacío interior comenzaba a reclamar lo suyo y aún nos quedaba casi la mitad del recorrido. No sabíamos dónde parar porque el camino está encajonado, como vía de tren que era, hasta que alguien se fijó en una campita que se abría a lo alto de la margen derecha. Así que se decretó parada y fonda, y el personal fue tomando posiciones para comer. Un pequeño grupo prefirió seguir lo previsto en el programa de comer al final del recorrido.
El entorno de la senda se fue abriendo y en este último tramo teníamos otro tipo de paisaje con prados y huertas. Si se miraba hacia atrás se podía contemplar una postal con todas las cumbres que coronaban las gargantas que habíamos atravesado. Ya casi llegando al final nos encontramos con las oseras, unos espacios vallados donde están un par de osos. Una de ellas, pequeña, junto al camino daba botes y corría de una esquina a otra. Había una plataforma alta enfrente para poderla ver mejor y allí coincidimos con niños de una escuela que estaban haciendo una visita. Más abajo y a lo lejos, pudimos distinguir otro oso más grande. A poco ya se accedía al área recreativa y, en efecto, allí estaba el autobús.
La atención en el hotel fue correcta. En la recepción tenían preparados sobres con las llaves correspondientes de las habitaciones, lo que facilitó la entrada, si no nos hubiésemos eternizado. Nos dio tiempo antes de la cena, y después de la ducha, para dar un primer paseo por la parte céntrica de la ciudad que estaba cerca del hotel. Al salir nos encontramos que había habido un rifirrafe con el chofer -la cuarta en el hombro derecho-. Algunos optaron por apuntarse a la sidriña, otros pasearon sin más y un pequeño grupo incluso tuvo tiempo para visitar el museo. Eso sí, la principal atracción fue la estatua dedicada a la Regenta.
La cena fue sencilla y bien servida. Con eso de que tarda en anochecer, la mayoría optó por darse otra vuelta. Al final teníamos los móviles atorados de fotos de todo el día. El personal tendrá que ir cogiendo la costumbre de seleccionar las puedan ser de interés personal y particular y compartir solamente las que tengan algún interés general. Puede llegar un momento, como con los dulces, que de tanta cantidad se coge un empacho y no se disfruta de ellas.
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