lunes, 3 de junio de 2024

La Senda del Oso (2ª parte)

     28 de mayo. 7:30 ya estábamos los 63 en el autobús de 70 plazas, con 15 metros de largo, según el chofer. Éste comenzó advirtiéndonos del peligro de los bastones en caso de accidente o maniobra brusca y que, por tanto estaba prohibido llevarlos a bordo. Al mismo tiempo fue echándonos una soflama un tanto insolente sobre el uso del inodoro y otras normas del autobús -la primera en la frente-.


Antes de ponernos en marcha se nos advirtió que deberíamos parar en Unquera por aquello del descanso para alivio del personal, así no se usaría el inodoro del bus, y para que pudieran tomar un refrigerio los y las que no habían podido desayunar por el madrugón. Un área de descanso muy solicitada, que casualmente estaba llena de lugares para venta de sus famosas corbatas de hojaldre. A la media hora se llamó a filas y nos extrañó que solo estaba abierta la puerta delantera. Algunos le advertimos al chofer que la de atrás estaba cerrada, a lo que contestó con su habitual contundencia que por la parte de atrás había barro y que no estaba dispuesto a tener que limpiar. Así que todos en fila por la puerta delantera y nosotros nos quedamos con cara de pardillos sin dar crédito a lo que estábamos viendo -la segunda en el pecho-.

    El trayecto  hasta Oviedo-Uvieu se hizo corto. Poco a poco a partir de la salida de la autovía nos fuimos metiendo en carreteras progresivamente más estrechas, hasta vernos inmersos entre paredes y farallones. También fuimos comprobando en los pueblos por los que pasábamos que teníamos algo en común: estaban llenos de cadáveres industriales, en este caso referentes a la industria minera, lo que daban a los mismos un aspecto un tanto siniestro.

    Por fin llegamos a Entrago, población de inicio de la marcha. Contábamos con dos hándicap: primero y principal que los organizadores no habíamos contado con la famosa parada obligatoria a la hora de preparar los horarios, y es que el que no sabe es como el que no ve; la segunda es que nuestro guía autóctono asturiano, estaba convaleciente y no pudimos contar con él. Algunas de las más veteranas ya habían hecho ese trayecto, pero en sentido inverso, así que el programa previsto estaría sujeto a modificaciones sobre la marcha. Nada más poner pie a tierra se procedió a tomar el primer avituallamiento, que había que comenzar con energía.

    Pudimos disfrutar de una mañana primaveral y espléndida. Ni con huevos a las clarisas hubiésemos conseguido un tiempo más favorable, lo que colaboró sobre manera a gozar de la jornada. Según avanzábamos nos íbamos  sorprendiendo de las paredes verticales, de las rocas retorcidas, de las espectaculares gargantas y casi siempre envueltos en una vegetación espléndida, acompañados durante todo el recorrido con el "cantus firmus" del río y los coros pajareros. La ruta atraviesa una serie de túneles que estaban en buenas condiciones y bien iluminados y con otros tramos excavados en la la ladera.

    Como es habitual, y más en un grupo tan numeroso, se fueron alargando las distancias entre la cabeza y la cola. En este caso además había otro factor determinante: las infinitas posibilidades de sacar fotos impresionantes, lo que ayudaba a despistarse y a perder de vista a los de delante, lo que provocó algún problema en varios momentos. A todo esto a eso de las dos y media el vacío interior comenzaba a reclamar lo suyo y aún nos quedaba casi la mitad del recorrido. No sabíamos dónde parar porque el camino está encajonado, como vía de tren que era, hasta que alguien se fijó en una campita que se abría a lo alto de la margen derecha. Así que se decretó parada y fonda, y el personal fue tomando posiciones para comer. Un pequeño grupo prefirió seguir lo previsto en el programa de comer al final del recorrido.


    A partir de aquí, con la andorga llena, se fue ralentizando la marcha. Al llegar al centro urbano de Proaza cruzamos el río para acceder a la plaza del pueblo. Allí nos encontramos con el grupo que se había adelantado, pero aquel sitio no era el final del trayecto. Preguntamos a unos trabajadores municipales y nos indicaron que teníamos que volver por donde habíamos venido y en dos kilómetros más o menos llegaríamos al área recreativa. A todo esto, el personal se había acomodado a tomar algo y el retomar la marcha se hizo más cuesta arriba. 

    El entorno de la senda se fue abriendo y en este último tramo teníamos otro tipo de paisaje con prados y huertas. Si se miraba hacia atrás se podía contemplar una postal con todas las cumbres que coronaban las gargantas que habíamos atravesado. Ya casi llegando al final nos encontramos con las oseras, unos espacios vallados donde están un par de osos. Una de ellas, pequeña, junto al camino daba botes y corría de una esquina a otra. Había una plataforma alta enfrente para poderla ver mejor y allí coincidimos con niños de una escuela que estaban haciendo una visita. Más abajo y a lo lejos, pudimos distinguir otro oso más grande. A poco ya se accedía al área recreativa y, en efecto, allí estaba el autobús.


    El último grupo tardó lo suyo porque una compañera había tenido una contractura y hubo que acompañarla para que pudiera terminar el trayecto. Antes de arrancar el conductor nos advirtió que la subida programada al alto de Naranco no se podía realizar porque nuestro autobús era demasiado largo para el trazado de la carretera. Así que derechos al hotel, cosa que no pocos agradecieron por las ganas de ducharse que tenían. Cuál no fue nuestra sorpresa cuando el chofer nos para en medio de una calle, enfrente del hotel, sin tener espacio para detenerse y nos manda que saquemos las maletas y demás bultos a todo correr porque le podrían echar una multa -la tercera en el hombro izquierdo-. 

    La atención en el hotel fue correcta. En la recepción tenían preparados sobres con las llaves correspondientes de las habitaciones, lo que facilitó la entrada, si no nos hubiésemos eternizado. Nos dio tiempo antes de la cena, y después de la ducha, para dar un primer paseo por la parte céntrica de la ciudad que estaba cerca del hotel. Al salir nos encontramos que había habido un rifirrafe con el chofer -la cuarta en el hombro derecho-. Algunos optaron por apuntarse a la sidriña, otros pasearon sin más y un pequeño grupo incluso tuvo tiempo para visitar el museo. Eso sí, la principal atracción fue la estatua dedicada a la Regenta.

    La cena fue sencilla y bien servida. Con eso de que tarda en anochecer, la mayoría optó por darse otra vuelta. Al final teníamos los móviles atorados de fotos de todo el día. El personal tendrá que ir cogiendo la costumbre de seleccionar las puedan ser de interés personal y particular y compartir solamente las que tengan algún interés general. Puede llegar un momento, como con los dulces, que de tanta cantidad se coge un empacho y no se disfruta de ellas. 

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