Hoy he visto la película sobre la filósofa Hannah Ardent, que plantea negro sobre blanco el problema la banalidad del mal. He llegado a la conclusión de que en realidad el mayor peligro del mal no consiste en sus terribles consecuencias o en los egoísmos más arraigados o en el odio más acendrado o en la crueldad de mentes perversas. Simplemente se trata de que pase desapercibido para seres humanos que o han perdido la capacidad de discernir entre el bien y el mal por diversos motivos, o han aceptado ciegamente órdenes por las que se sienten obligados, o se han acomodado al funcionamiento de la sociedad que les rodea sin medir sus consecuencias.
Esta filósofa llegó a esta definición a partir de las declaraciones de los nazis cuando se les acusaba de las matanzas sistemáticas ejercidas por el sistema que sostuvieron: todos cumplían órdenes, pasara lo que pasara con su cumplimiento. También se podía inculpar a gran parte de la población alemana por haber consentido o colaborado con el régimen nazi o por haber mantenido una guerra de dominio infundado, como si fuera una defensa y por la superioridad de su patria o de su raza. Eso sería muy difícil de juzgar por la manera de ser típica de los alemanes que son proclives a acatar órdenes al pie de la letra, contando con la información tergiversada con la que les envolvió la propaganda nazi.
Hoy en día podemos encontrarnos con este problema de la banalización del mal metido en nuestra sociedad. Nos estamos horrorizando porque cada día aparecen gran cantidad de delitos nuevos o algunos que creíamos olvidados y, en la medida en que vemos que no se remedian, no encontramos ninguna explicación de lo que está ocurriendo. Podemos enumerar la cantidad irrefrenable de asesinatos o maltratos a mujeres. En estos últimos años está apareciendo un creciente número de violaciones grupales y, lo que empezó siendo cosa de adultos descerebrados bebidos y drogados, ahora se ha convertido en un deplorable deporte de menores. En los medios de comunicación se está lanzando la consigna sistemática que ello está provocado por el fácil e incontrolado acceso a la pornografía en los menores y sí creo que ese sea un factor importante.
Sin embargo yo me pregunto si podemos quedarnos conformes con eso o si hay otros factores más que se nos pasan desapercibidos, y que no me digan que es un asunto exclusivo de los "menas". Hoy en día estamos envueltos, mal que nos pese, en una infracultura del todo vale, hago lo que me da la gana, lo que me gusta porque sí y que nadie me lleve la contraria -y si se trata de una mujer menos-. Otro deporte descontrolado consiste en cebarse con los más débiles en directo, en centros escolares o por los grupos de internet, hasta acabar destrozándoles social y psicológicamente, cuando no se les provoca el suicidio. Añadir a esto la influencia de algunas redes sociales en las que aparecen algunos nuevos predicadores del absurdo que se están forrando a costa de la ingenuidad o de la ignorancia de no pocos jóvenes influenciables, que siguen sus consignas o sus astracanadas a pies puntillas sin medir las consecuencias. Resulta que ellos llegan a marcar más pautas de comportamiento que la propia familia o el sistema educativo. Por completar este recorrido, no podemos dejar pasar el contenido de las letras de canciones al uso de un notable grupo de jóvenes, que degradan la condición femenina y proclaman la utilización de la mujer como un derecho.
También podemos repasar otros aspectos públicos de la sociedad, donde mentir, calumniar, insultar no solo es gratis, sino que te sirve para ganar unas elecciones o para forrarte de pasta. Unos medios de comunicación que se dedican a dar cobertura a personajes y personajillos que venden sus miserias o los más disparatados comportamientos -algunos rayanos en la ilegalidad- para que el personal se divierta y espere que saquen a la palestra más morbosidades para tener más temas de conversación. Y en medio de todos estos los corruptos y chorizos de guante blanco que acaban yéndose de rositas ¿Y por qué ellos sí y yo no?
He aquí la banalidad del mal: en estos contextos no es nada fácil discernir entre el bien y el mal y, mucho menos, encontrar razones para rechazarlo o para medir sus consecuencias. O sea, que los que nos guiamos por alguna ética o simplemente intentamos hacer bien las cosas, vamos a acabar siendo unos tontolabas o unos ingenuos inadaptados. Lo dicho: a ver cómo se sale de esto, cuando una mayoría no es consciente de lo que está pasando o no quiere verlo.
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