A cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad social o inquietud política, se le está encendiendo el intermitente rojo por la alarmante subida de las opciones ultraderechistas o totalitaristas. Un ejemplo sin ir más lejos, Italia con un partido neofascista en el poder. Hoy está celebrando el aniversario de la caída del régimen de Mussolini, qué ironía. En Francia con todas las movilizaciones a cuenta de los cambios en la edad de jubilación -que ésa es otra-, Marine Lepaine ya se está preparando para vivir en el Eliseo sin necesidad de hacer campaña electoral. Lo que es rayano en lo impresentable es la situación que tiene planteada la Unión Europea con los gobiernos totalitarios de Polonia y Hungría, que desafían las decisiones y leyes comunitarias e incluso tienen el descaro de modificar el funcionamiento de la justicia para tener libertad de movimientos con total impunidad. Trunp está calentando motores de nuevo para ganar las presidenciales en USA, y ya se están preparando sus incondicionales montando broncas y haciendo de altavoces de las mentiras descaradas de su ídolo, de cuya veracidad están plenamente convencidos. Bolsonaro ha perdido las elecciones, pero a Lula le espera un legislatura llena de movilizaciones de las huestes ultras y, sin duda, algún intento de golpe de estado a través de juicios, que es la modalidad brasileña. Todos ellos han llegado, o llegarán, democráticamente al poder tras ganar las elecciones.
Aquí, sin ir más lejos, Vox ya ha pisado el poder en Castilla y en Andalucía, y está marcando territorio desde un segundo plano obligando al PP en esos gobiernos a tomar una serie de decisiones o a matizar otras según sus consignas. En todos estos casos no deja de sorprender que los partidos o movimientos ultras tengan una buena cantera de votos entre los trabajadores o en las clases sociales desfavorecidas. La lógica histórica cuenta con que esas canteras deberían pertenecer a los partidos de izquierdas, más o menos moderados. Uno no se explica cómo se puede aupar al poder a gente que solo tiene consignas y discursos huecos -patria, familia, seguridad, ilegales fuera, ser anti sistema...-, cuando están dejando ver que van directos a desmantelar los sistemas públicos del estado de bienestar sin cortarse un pelo, que van a cargarse todas las leyes de protección de las mujeres, que no van a respetar el cuidado del planeta, que la Unión Europea se la trae al pairo, que pueden dar aire a los grupos posfranquistas, que rechazan la ley de vivienda y otras tantas que favorecen a la gente que no llega a fin de mes. Y lo tienen muy claro: si el PP quiere gobernar va a ser con ellos sí o sí en lo local y en lo nacional, y ya estarán a estas horas calculando qué tajada de poder les tocará según la cantidad de votos que logren.
Y a todo esto ¿Dónde está la izquierda? Pues enzarzados en discusiones de salón, tirándose los trastos a la cabeza y sacando en público todo tipo de trapos sucios de sus correspondientes contrincantes. Por si esto fuera ya de por sí un tanto desmotivante, ahora se conforman con llamarse fuerzas progresistas. Están centrados en temas de los que el ciudadano medio se siente un tanto alejado, aunque se trate de asuntos políticamente correctos que se consideran de suma importancia. Las políticas de los que llaman extrema izquierda, no dejan de ser medidas netamente socialdemócratas - y menos mal-. A los titularmente socialistas les sobra el título de obrero que figura en su definición y, con un poco de suerte, podamos contentarnos en que sean "social liberales". Por si esto fuera poco, la derecha oficial se encarga de embarrar todo con todo tipo de mentiras, insultos, faltas de respeto, corrupción histórica... y con un solo programa: hay que echar a estos a patadas porque el poder es nuestro.
Ante este circo, hay una importante masa de población que solo sabe decir que todos los partidos son iguales por lo que pasan de política, algunos mayores porque aún están marcados por la educación recibida en el antiguo régimen y son los que "con Franco no pasaba esto", otros cabreados por la inflación, la hipoteca, la precariedad... por sentirse abandonados. Conclusión: pues voto a esos para castigar a los que están ahora o me abstengo, lo que es un terreno abonado para que los ultras rasquen votos, como ha pasado en Álava. No faltan una sección de jóvenes que han sido educados en un ambiente super protector y consentidor y en la medida en que van creciendo encuentran en los movimientos ultras su terreno particular. En fin nos guste o no, nos tenemos que ir preparando a que algún día suban al poder los que no les importa cargarse el planeta, que pasan de que haya desigualdades y muertos de hambre, que quieren meter mano a la constitución para montar una democracia a su medida... Que yo sepa, ya han conseguido subir los primeros peldaños.
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