En esta época de recortes o de desmantelamientos de los servicios públicos parece que la enseñanza pública es una de las principales víctimas de las drásticas medidas que se están imponiendo. Para mí la enseñanza pública se parece mucho a la iglesia católica en un aspecto, que siempre va por detrás de los avances técnicos o de los cambios sociales. Es por ello que me la imagino como un edificio de estilo antiguo con estructura de madera, solo que sus vigas son de pino. Esta madera no es tan dura como el roble o el tejo que se usaban antiguamente pero puede servir. Claro que tiene un problema preocupante pues resulta que la ser tan blanda es uno de los pastos preferidos de las polillas y de las carcomas. Es verdad que a la enseñanza pública le están cayendo encima numerosos problemas por la situación económica, por las ideologías políticas poco dadas a fomentar lo público, por la complejidad del entramado administrativo del que depende... Sin embargo esas vigas podrían aguantarlos. En peores situaciones se vieron los abnegados maestros de la república para hacer llegar la instrucción a las zonas con mayores índices de analfabetismo y consiguieron unos logros importantes. Entonces nos podemos preguntar si hoy la enseñanza pública va a ser capaz de sobrevivir a tan malos augurios como se avecinan para conseguir realizar su función social y educativa.
Llegados a este punto descubrimos que hay otro tipo de problemas que no provienen ciertamente del exterior del ámbito escolar. Es muy fácil señalar enemigos externos o aprovecharse de sus actuaciones para tapar los déficit, las incompetencias, las despreocupaciones y otras lindezas por el estilo que se dan en su seno. A nadie se le escapa la cantidad de materiales que se desechan en no pocas escuelas o el escaso cuidado que se tiene del mobiliario... porque, como es de todos, nadie se considera el responsable directo de su control y todo se puede arreglar con nuevos pedidos. Es ya un clamor, que por desgracia se toma a guasa y es para llorar, que los alumnos, incluso los más pequeños, saben arreglarse mejor que sus profesores con las nuevas tecnologías. Lo más lamentable es que haya profesionales de la enseñanza que aún pretenden quedarse en el boli y el cuaderno pasando de ponerse al día, cuando son los principales responsables de preparar a sus alumnos para que estén capacitados en hacer frente a las exigencias del siglo XXI. Hay cosa que siempre nos han molestado a los padres y madres, como que los horarios, las actividades o los programas se hagan en muchos centros escolares en función de los intereses o de la comodidad del profesorado sin tener en cuenta la prioridad de los objetivos pedagógicos a lograr por el alumnado. A todos nos ha tocado torear en la escuela con maestros o profesores vocacionados que disfrutaban con su labor y con otros que estaban amargados porque no les quedaba otra que dar clase y lo único que querían era no tener problemas. Otro incremento alarmante es el de profesionales de la enseñanza que se dedican a lo suyo y no quieren bajo ningún concepto asumir responsabilidades ni comprometerse más allá de lo estrictamente estipulado.
Y podríamos seguir enunciando otros temas similares, como las divisiones y los enconamientos en los claustros, el menosprecio a los alumnos con problemas... Es verdad que las decisiones que se están tomando con las políticas actuales son el mayor de los problemas. Mi preocupación es cómo se van a sobrellevar para que la enseñanza pública no acabe hecha un fiasco si las vigas maestras de su edificio están carcomidas por esas polillas que se han metido en la enseñanza solamente para vivir de ella. Quiero esperar que aún quede tejido sano suficiente en esa estructura para soportar la que nos viene encima y para que, a pesar de las penurias que se prevén, se garantice un mínimo de dignidad y de eficacia en el servicio al alumnado dentro de la enseñanza pública.
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