Estatua de Antonio Miranda el indiano que donó su fortuna para los ancianos sin hogar de su pueblo y da su nombre a la fundación que sostiene la residencia |
Hoy he estado con mi madre para bajarle a misa, como casi todos los domingos, y después aprovechando el tiempo primaveral la he estado paseando por el jardín de la residencia que estaba precioso repleto de flores y de olores frescos. Antes de empezar la misa, la última hermana de la caridad que queda se ha despedido de los asistentes de manera personal, aunque ya lo sabían todos, porque le ha llegado la hora de la jubilación. Ejercía desde hace años de asistente social y, según he podido comprobar a lo largo de estos años, con solvencia y con entrega. Además de los papeleos y demás funciones oficiales, era como el alma de la residencia, organizaba fiestas, atendía personalmente a todas las personas que entraban, animaba las misas, y parece que en eso va a seguir. Al principio de año se jubiló también el gerente que era el que había puesto en marcha la residencia en el año 72. Entonces era un joven perteneciente a movimientos cristianos y parece que ha acabado muy cansado porque a la hora de tomar decisiones difíciles se lo pensaba demasiadas veces. Otros en su lugar hubiesen ido de importantes y de mandamases pero él siempre ha sido cercano y atento con los usuarios y sus familiares.
Mi madre está nerviosa y quizás mucha más gente de la residencia. A su edad el perder referencias de figuras que les han dado seguridad es preocupante y puede acarrearles inseguridad o desconfianza. El aplauso que le han dado los residentes cuando la sor se ha quedado sin voz por la emoción ha sido significativo. Ama me ha estado contando chismorreos que escucha a las auxiliares que les atienden y en la revista de la residencia he podido ver las entrevistas y las informaciones de las personas que van a ocupar en adelante esos cargos. Ahora se tendrán que encontrar con señores encorbatados y un tanto almidonados que no tiene que ver nada con ellos personalmente pero que van a estar decidiendo sobre sus vidas a través de decisiones que se escapan a las entendederas del anciano personal residente. Hacen cálculos económicos para ajustar partidas, aplican ratios para deshacerse de parte de la plantilla, quitan y ponen, suben cuotas o reducen atenciones desde su escalafón sin que les tiemble la mano ni preocuparles lo que puedan pensar o necesitar los residentes, que en todo caso no dejan de ser para ellos unos viejos pesados y quejicas, aunque eso no se pueda decir en alto.
Este hecho me ha servido de referencia para fijarme en algo concreto donde se puede experimentar el cambio de cultura o de era como gusta decir ahora. Ejemplos como ese los vemos también en otros campos. Cada día se echan más en falta a esos maestros y maestras, o profesores vocacionados que se entregaban a su trabajo con todo su empeño. No es que hayan desaparecido, sino que se van jubilando y muchos de los que vienen detrás llegan con otro tipo de intereses o de perspectiva. Lo mismo sucede en otros terrenos como los servicios sociales, en la sanidad e incluso en ciertos estamentos eclesiales. No hablemos ya de la casta de los políticos o de los sindicalistas, terreno donde la burocracia campa cada día más a sus anchas. Y así podríamos enumerar más campos en donde se puede comprobar que la tendencia de la sociedad en este cambio de era camina desgraciadamente en esta dirección.
Si esto pasa a nivel doméstico no nos vamos a extrañar de lo que está pasando con las propuestas que se están dando a nivel mundial a propósito de las soluciones a la gran crisis económica. Unas cuantas entidades oscuras y abstractas, escondidas tras la careta del indispensable dinero, son las que echan cálculos, ajustan cuentas, deciden quién sobra y qué no hace falta y lo aplican caiga quien caiga aunque sea una nación entera, siempre que no afecte a sus ganancias.Ya nos dijeron que la modernidad había quedado atrás con sus grandes discursos e ilusiones utópicas y que ahora venía la posmodernidad y la era de la información con la exaltación del individuo y esas cosas de la aldea global. Tomamos nota en su día y nos lo creímos a nivel intelectual, pero nadie nos explicó cómo íbamos a experimentar el cambio. Y ahora nos vamos dando cuenta de que en estos jardines están despareciendo las flores, porque no hay manos que las cuiden o las repongan, y en su lugar abundan los hierbajos porque solamente cuentan para su cuidado con máquinas programadas para dar automáticamente el riego en el tiempo previsto y con la cantidad ajustada a los presupuestos.
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