El calorcito del sol nos permitió pasear a gusto sin necesidad de abrigos hasta cuando se ocultó tras el monte. El pisar hierba o roca, dejándonos sorprender por las formas caprichosas o majestuosas de éstas, todo aderezado por una quietud y un silencio deliciosos nos deparó una tarde memorable, terapia incluida. Los únicos seres vivos que vimos fueron un par de rapaces y unos córvidos tomando el sol en una roca. Ya se habían bajado las vacas y las yeguas a los prados y a los establos de los pueblos en la fiesta de las Derrotas, así que ni sonidos de esquilas. Como se puede ver en las fotos, las vistas se extendían hasta las cumbres nevadas de la cordillera. María quiso dejar grabadas todas esas sensaciones con su buen ojo fotográfico. He puesto una pequeña selección de las mismas.
Al llegar a Barakaldo nos encontramos con el exceso de luces, decibelios, policía, helicópteros... todo un firmamento de estrellas deslumbrantes MTV y encumbradas por sus fans, pero no de las que pudimos disfrutar aquella noche en el silencio de las calles de pueblo, que invitaban a sentirse perdido en medio de la bóveda del universo. Aquellas son fugaces y dentro de unos pocos años se habrá muerto su luz. Solo unos pocos nostálgicos se acordarán de ellas. Las de verdad nos envuelven en la contemplación de una creación infinita y nos llevan a tomar conciencia de que somos una parte minúscula de ese espectáculo grandioso sin posible competencia. El problema es que esto último no es vendible en este mundo: no tiene ruido, ni aspavientos, ni plástico, ni artificios, ni es de usar y tirar y no mola para compartir en las redes. Qué pena, pero a nosotros que nos quiten lo bailado: una gozada muy recomendable.
Al llegar a Barakaldo nos encontramos con el exceso de luces, decibelios, policía, helicópteros... todo un firmamento de estrellas deslumbrantes MTV y encumbradas por sus fans, pero no de las que pudimos disfrutar aquella noche en el silencio de las calles de pueblo, que invitaban a sentirse perdido en medio de la bóveda del universo. Aquellas son fugaces y dentro de unos pocos años se habrá muerto su luz. Solo unos pocos nostálgicos se acordarán de ellas. Las de verdad nos envuelven en la contemplación de una creación infinita y nos llevan a tomar conciencia de que somos una parte minúscula de ese espectáculo grandioso sin posible competencia. El problema es que esto último no es vendible en este mundo: no tiene ruido, ni aspavientos, ni plástico, ni artificios, ni es de usar y tirar y no mola para compartir en las redes. Qué pena, pero a nosotros que nos quiten lo bailado: una gozada muy recomendable.
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