Hace muchos años, cuando me estrené como educador en el hogar municipal Murrieta, me encontré con mi tío Juanmari en la calle -en la plaza Bide Onera concretamente-, en una de sus innumerables idas y venidas con las bolsas de compras. Siempre ha sido la calle, por otra parte, la manera habitual de relacionarme con él. Solamente he estado charlando con él en un local cerrado cuando coincidimos dos veces en la residencia en las visitas que hacía a mi madre y, creo recordar, en la única vez que estuve en su casa. En aquel encuentro callejero, no recuerdo qué me preguntó, acabamos hablando de mi nuevo trabajo. En la primera etapa en el hogar teníamos unos fichajes de cuidado, por lo que no sabía cómo explicarle el tipo de chavales con los que trabajaba y, como para decirlo de una manera suave, le dije que eran chicos muy especiales. "Todos tenemos algo de especiales y aquí estamos, tú cuídalos." Me dejó sorprendido -yo tenía un concepto de él como hombre severo y muy recto- porque no emitió ningún juicio ni ningún comentario peyorativo.
A partir de ese momento fui descubriendo al auténtico Juanmari, más allá de la imagen que quizá me quedaba formada desde mi niñez. Me fue sorprendiendo su disponibilidad para atender a todos los familiares y allegados. Todos le llamaban el enfermero de la familia. Para mí resultó modélico el acompañamiento que hizo de la última etapa de la vida de su hermano Pruden, después de que se quedara con un solo pulmón. Lo mismo la atención a su hermana Aguedita y al cuidado de la casa familiar donde ésta vivía sola. Ha estado en todos los momentos finales de la vida de sus cercanos.
Lo último que me quedó por descubrir de él fue su peculiar sentido del humor. Con sus más de noventa años seguía haciéndose disfraces con su nieta y los iba conservando todos. En fin, lo que no puedo decir es cómo era de puertas adentro en su casa pero, visto desde fuera, asumía todas las funciones que hiciera falta en el cuidado doméstico o en las compras, sobre todo cuando su mujer estaba más delicada de salud. Esto puede empezar a parecer normal hoy en día, pero en los varones de su edad resulta algo insólito y sorprendente.
Ayer lo despedimos en su funeral después de noventa y cinco años de vida -entra dentro de los numerosos longevos y longevas de la familia. Hace poco tiempo tuvo una operación grave y se repuso. Siguió manteniendo sus costumbres cotidianas con su habitual fuerza de voluntad, aunque en la cara se le notaba el zarpazo que a su edad había supuesto la enfermedad. Se ha ido discretamente, sin molestar a nadie, como andaba siempre. Ahora nos toca tomar nota de lo que nos has adelantado para gestionar la vida que nos queda por delante.
Juan María García Real de Asua, ha sido un honor haberte tenido en la familia y un placer haberte conocido.
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