Daba vértigo tan solo observarla, avanzando con sus dos muletas y haciendo funambulismo con su única pierna. Llevaba sistemáticamente dos bolsas, cada una sujeta a una muleta: una que parecía el bolso normal y la otra la de la basura. Era tan atrevida que a veces atravesaba la calle entre los coches sin usar el paso de cebra. Se acercaba a los contenedores y, no sé cómo se las apañaba, levantaba la tapa a pulso con la única mano disponible y, a la vez, echaba la basura. El contenedor dispone de un pedal para abrir la tapa, pero ese artilugio le resultaba imposible, lógicamente. Al retirarse del contenedor tenía que sortear el borde de la acera en un palmo de distancia, lo que le estorbaba para darse la vuelta, pero, no sé cómo, conseguía clavar las muletas en lo alto y subir a pulso su única pierna hasta la acera. Luego se volvía hacia el paso de cebra y se daba una vuelta por los soportales de enfrente hasta llegar al portal de su vivienda. Lo repetía casi todos los días. Daba la impresión de que era un ejercicio que se imponía como disciplina para probar sus posibilidades y superar los graves límites de su invalidez.
Es una mujer de complexión robusta, sin estar gorda. A primera vista diría que está en los cincuenta bien entrados o en los sesenta recién estrenados. La expresión de su cara deja entrever una personalidad decidida y enérgica. No sé quién es e ignoro el motivo que le ha llevado a sufrir esa situación, solamente la identifico ahora por haberla observado desde mi ventana. Probablemente, cuando andaba normal, nos habremos cruzado un montón de veces sin conocernos, ya que vivimos en la misma calle. Es inevitable que una desgracia de este tipo marque a una persona, no sólo en su personalidad y en su equilibrio psicológico, sino también socialmente. En un ambiente de pueblo pequeño o de barrio marginal se habría quedado con "la coja" para el resto de sus días.
Hoy es la segunda vez que le veo andar con sus dos muletas y con dos piernas. Se ve claramente que se está familiarizando con la prótesis que le han implantado. También ha ido estos dos días a echar la basura, con un bolso en la otra mano y manteniendo el mismo ritual. Eso sí, se la ve más segura y ha cambiado la indumentaria. Antes aparecía con un chambergo, como quien se pone algo encima para bajar y subir de un recadito. Estos días, sin embargo, salía vestida de calle. Hoy de manera especial. Ha estado un buen rato esperando en pie hasta que ha llegado un coche y un caballero la ha recogido. No le ha ayudado a sentarse, simplemente ha cogido las muletas y las ha dejado en el asiento trasero para que no molestasen.
Me quito el sombrero ante personas así con ese tesón y esa fuerza de superación. Lo habitual sería que se eche mano de la silla de ruedas, que es lo más cómodo y lo más seguro, pero lo que crea una total dependencia. Una vez más me ha hecho pensar si estamos preparando a las generaciones futuras para asumir estos valores de esfuerzo y de superación ante las contrariedades o las adversidades de todo tipo. Socialmente nos hemos pasado facilitando todo y creo que ya va siendo hora de cambiar el registro y volver a la cultura del inconformismo ante lo que nos viene dado, aunque sea algo tan irremediable como quedarse sin una pierna.
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