Hoy he bajado a mi madre a misa por aquello de que ella sola no puede. Mira tú por dónde un 1º de mayo dominical. Ha habido una coincidencia que me ha sorprendido gratamente y me ha ayudado a sobrellevar el tedioso ritual tradicional. La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles era el famoso pasaje que describe cómo vivía la primera comunidad y cómo compartían todos sus bienes para que ninguno pasase necesidad -para que luego digan que esto lo inventó el comunismo-. En el evangelio Jesús reprocha a Tomás por incrédulo y termina con la frase que tiempo ha nos hicieron repetir hasta la saciedad, bienaventurados los que creen sin haber visto. Se me han antojado dos lecturas que venían a cuento como pocas en un 1º de mayo. Por una parte, está claro que solamente la solidaridad y el apoyo mutuo entre los de abajo puede garantizar una vida digna para todos en estos momentos de crisis total. Quizás el problema está en cómo vehicularlos porque aún nos faltan herramientas fiscales y legales para conseguirlo, dado que los que más tienen no van a estar dispuestos a renunciar a nada, pase lo que les pase a los que están bajo el umbral de la pobreza, y que el sistema bancario no está por la labor de hacerle la competencia a Cáritas. El reproche al discípulo Tomás por incrédulo es transportable también a este campo, porque ahora somos incapaces de ver una salida a este fiasco, pero hace falta mantener la fe en la superación de esta situación para no perder la esperanza de luchar por algo distinto. El incrédulo es el que se queda agazapado y mete la cabeza debajo del ala. Su única aspiración será que a él no le pase nada. Siempre harán falta aquellos que creen si haber visto porque son los que han creado o han hecho avanzar la historia, la ciencia, la educación, la justicia... Por una sencilla razón, no se han conformado con lo que tenían delante o encima, sobre todo, si las situaciones que les tocó vivir no estaban a la altura de la dignidad de las personas.
A propósito de estos incrédulos sociales, la pregunta del millón es qué está pasando en este país para que no se mueva nadie con las condiciones en las que estamos, con casi cinco millones de parados y pensando que aún nos queda por venir lo peor. A ese respecto he estado escuchando a los líderes sindicales llamar a la movilización y reconocer que la cosa está difícil. El personal está atenazado por el miedo y desconcertado porque ésta es una crisis sin rostro. Nos están expoliando y desmontando nuestro estado de bienestar y no sabemos quién lo está haciendo, los mercados, Europa, los bancos centrales, los lobys... que son capaces de fundir un país entero. A nosotros nos ha tocado un gobierno supuestamente de izquierdas que se ha visto obligado a tomar duras medidas de tipo neoliberal y nos amenaza, encima, con que no le ha quedado más remedio, que si no iba a ser peor. A todo esto, no sabemos por dónde nos va a venir la derecha, porque se lo van a poner en bandeja.
Así pues, parece que se está imponiendo la ley del sálvese quien pueda. Me resisto a creer que esta situación de crisis se aguante porque el sistema familiar ayuda y suele servir de apoyo, porque la economía sumergida es mayor de lo que se sabe, por las iniciativas de caridad vengan de donde vengan... La verdad es que somos un país con un aspecto amilanado, resignado y con un montón de plañideras -públicas y privadas-, con unos sindicatos que están perdiendo capacidad de movilización y de hacer propuestas, con una clase política dedicada a escupirse lindezas a ver quién las dice más gordas, con comunidades autónomas a la greña con el gobierno o entre sí, con una banca que hace lo que se le canta y encima exige, con un sector del empresariado aprovechando el río revuelto para hacer limpieza... Mucho tomate para un 1º de mayo que ha contado sólo con un puñado de fieles sindicalistas cantando consignas. Hacen falta muchos más bienaventurados que sin haber visto el final de esta historia crean que hay salidas y se unan para conseguirlas.
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