El pasado lunes 23 salimos veintiun senderistas a recorrer la vía verde minera partiendo de la estación de Feve de Traslaviña hasta El Bentorro, límite entre Sopuerta y Galdames. Fue todo un acto de valor, dado que el tiempo amenazaba lluvia a partir de mediodía y que había que estar en la estación de La Concordia a las ocho de la mañana, para coger el primer tren de la línea Bilbao-Santander. Como la anterior vez que se hizo ese recorrido, hace unos años, tuvimos que hacer transbordo en Aranguren, nos llevamos la sorpresa de que en esta ocasión el tren iba directo. También comprobamos que las condiciones de los vagones eran notablemente mejores. El revisor fue muy atento con nosotros -y es que somos un grupo encantador- y nos fue indicando lo que había que hacer antes de abandonar la estación. Al principio hubo un pequeño desconcierto al pasar las tarjetas, pero todo se arregló sin problemas y, cruzando las vías, tomamos la senda de lo que fue un ferrocarril que daba acceso a Castro Urdiales tanto para el servicio de personas como para mercancías, entre ellas las mineras, superando con un túnel el paso obligado del puerto de Las Muñecas.
La mañana resultó de lo más agradable y de lo más apropiada para la práctica del senderismo. El inicio de la senda estaba bastante desatendida. La hierba y la maleza está estrechando el paso. De hecho, en ese primer tramo acabamos todos con el calzado mojado. La mayor parte del recorrido transcurre en medio de una cúpula de vegetación y de arbolado de todo tipo. El ambiente fresco y húmedo, provocado por la lluvia de víspera, ayudaba a sentirnos esponjados y a percibir de modo más intenso los perfumes que nos transmitían las plantas. Todo una terapia para cargar pilas, ampliada y mejorada por la cordialidad y las atenciones que nos regalamos.
Al finalizar el primer tramo del camino, nos encontramos con los cargaderos de Olabarrieta. Hicimos un pequeño alto para ver cómo cargaban las vagonetas con el mineral que llegaba hasta allí a través del plano inclinado más largo de la zona, de unos cuatrocientos metros. Sugerí que para los que estuviesen interesados podrían hacer una excursión subiendo al barrio minero de Alen -en coche, claro-, en el que quedan numerosos restos de la actividad minera, así como trazados de lo que fue un ferrocarril que partía de la misma mina.
Al llegar al pie de la única cuesta del recorrido, formada por el giro que hay que dar para evitar la cantera, los crujidos intestinales se hicieron notar en forma de voces y se decretó parada y fonda, que eso de desayunar a las seis de la mañana es poco recomendable. Retomamos la marcha y en un breve espacio nos presentamos en el barrio de El Castaño, en el que se ubicaba al antigua estación de Sopuerta. A continuación abandonamos la senda para hacer la visita de rigor a los míticos hornos de calcinación que se conservan en esa zona. La primera impresión que tuvimos la mayoría fue de total abandono. La maleza se estaba apoderando de ellos por dentro y por el exterior. Se apreciaban grietas preocupantes y solamente dos aventureras se atrevieron a subir a las barandillas, cuando en otras ocasiones subíamos la mayoría. Se explicó la misión de aquellas extrañas torres con forma de capirotes hechas con unos cuantos miles de ladrillos refractarios. Estaban dedicados a tratar el mineral de hierro que llevaba forma de carbonato. Se quiso aprovechar esto, como último recurso para mantener la producción, cuando los otros tipos de mineral más puro se fueron agotando. Para poder usarlos había que eliminar la cal, que era perjudicial para los hornos altos y para el proceso de elaboración del hierro.
Tras las fotos de grupo de obligado cumplimiento, volvimos a retomar la senda. Algunos atrevidos fueron el camino del barrizal, de infausta memoria, que va paralelo al curso del arroyo y comprobaron que ahora ya no es para tanto. Vimos a un grupo de escolares en el terreno de aventura de Sopuerta y nos preguntábamos si aún nos atreveríamos a tirarnos en tirolinas. Al fin llegamos a lo más tedioso del día: una hora plantados esperando al bus de Balmaseda. Los trece habituales se bajaron en Muskiz para quedarse a comer y el resto en Kabietzes para coger el metro. Creo que todos contentos por haber disfrutado de una buena jornada.
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